La Academia de Danza y Ballet Clásico Maruja Torres fue fundada en el año 1968 en Puerto Varas. La bailarina y maestra local dictó clases de danza por más de 50 años a generaciones de alumnas de toda la región de Los Lagos.
29.10.2024
Última actualización
19.11.2021
Por Francisca Vargas
Me subí al taxi sin saber muy bien hacia a dónde iba. Le di la dirección al taxista y me dijo que no estaba seguro, pero que de llegar, llegábamos. Avanzando por Colón busqué en mi teléfono y estábamos cerca. El conductor me dijo: “Sé que por ahí vive la Maruja Torres”. Con sorpresa le respondí que para allá iba. “Me hubiera dicho antes, ella es súper conocida acá”, respondió.
- “La academia funcionó en el gran salón del Club Alemán, en el Colegio Inmaculada Concepción, Colegio Alemán y Colegio Germania del Verbo Divino y Municipalidad de Puerto Varas. Anduve como gitanita”, comentó Maruja Torres.
Maruja Torres me estaba esperando en la puerta de su casa. Me recibió con cariño como si nos conociéramos de toda la vida. Nos sentamos en su living. Desplegó frutos secos y galletas en su mesa y comenzamos a conversar.
La “tía Maruja” como la conocen sus miles de estudiantes de ballet y cueca, recuerda y en cada palabra siento cariño. Se emociona al recordar pasajes de su historia, ligada a la danza en Puerto Varas y otros lugares de la región.
“Nadie me conoce como María Mercedes. Eso quedó escrito en el certificado de nacimiento. María Mercedes es mi nombre legal, todo lo que tu quieras, pero había una tía, cuando yo nací, la tía Chocha. Los papás decían, cómo la vamos a llamar, ¿Meche? O ¿María? Entonces la tía dijo ‘a las Marías generalmente se les dice Maruja’. Y quedé como Maruja”.
Maruja, profesora de ballet puertovarina, nació en el campo, cerca de Osorno, hacia Río Bueno. Recuerda que antes de conocer la danza, ella saltaba por los campos, arriba de los cercos. “Improvisaba sin saber lo que iba a ser después”. Ya viviendo en Osorno y con 17 años escuchó sobre el ballet. Me comentó que las artes son caras, que no es cosa de llegar e ir a clases.
En la ciudad supo de una maestra de ballet, María Elena Scheuch, y a escondidas de sus papás fue a hablar con ella. “Fue maravilloso porque ella me citó que vaya un día que tenía clases. Me facilitó el vestuario apropiado para tomarme una evaluación y quedé inmediatamente seleccionada. Dijo ‘de aquí no se me va más’”, recordó Maruja.
Así comenzó una historia de más de cincuenta años de trabajo, sacrificio y entrega por el ballet. Marcó a sus alumnas por el cariño y dedicación con que enseñaba. Además de lo estricta que era en sus clases. Ella les regaló disciplina para la vida, ser mejores personas y amar al prójimo. “Esos valores no se olvidan nunca. Si todos cultivásemos valores morales y espirituales la tierra no estaría como está”.
¿Cómo llegaste a Puerto Varas?
“Yo vivía en Osorno. Ahí trabajaba de secretaria en las mañanas, iba al colegio vespertino y a estudiar mis clases de ballet con María Elena. Bueno, llega una etapa en la vida en que uno se enamora, ¿cierto? Y ya tenía una edad como para tener una familia. Conocí a un joven y nos casamos. Contraje matrimonio en Osorno y de ahí me vine a radicar en Puerto Varas. Lamentablemente mi matrimonio no duró mucho. Pero si del matrimonio nació mi única hija, Ximenita. Antes de dos años ya estaba yo solita con mi guagua”.
Los inicios de la Escuela de Danza
“Mi hijita tenía dos meses de vida y conversando con Hardy Schaefer, mi amigo de siempre, un día me dijo: ‘Yo te vi bailar en Osorno. ¿No has pensado crear una academia, algo acá?’. Sí, le dije yo. Pero no sé acá, no conozco mucho. Fue como el impulsor. Fue el vamos. Me lancé con mi academia. De ahí no paré más hasta el 2019. Pero fue por razones de salud más que nada. Aunque tengo mis buenos años para descansar ya. Pero me sigue gustando”.
Maruja creó su Academia de Danza y Ballet Clásico e hizo clases en colegios de Puerto Varas. También en la municipalidad. Además, en Puerto Montt, Fresia y Ancud. Tuvo problemas para encontrar un espacio físico donde enseñar. Pero comenta que siempre la acogieron bien en los colegios donde iba a solicitar un lugar para enseñar. “La academia funcionó en la Inmaculada Concepción, en el Colegio Alemán y en el Colegio Germania. Y así anduve como gitanita”. Maruja también enseñó en la Academia Municipal de Danza de Puerto Varas.
¿A cuántas mujeres, más o menos, crees tú que les hiciste clases?
“Calcula un promedio de 70 por año y fueron 50 años. Fueron miles. Porque resulta que estoy hablando de Puerto Varas. Ah y Puerto Montt siempre se me escapa. Yo ahí trabajé en la Escuela de Cultura y Difusión Artística. Fue mi segunda casa porque yo fui a trabajar allá y fui la primera profesora de ballet de la Escuela de Arte. Estaban arriba en Presidente Ibáñez. Los profesores fueron a todo dar”.
“Me recibieron porque había arte, música, folclore, pintura, de todo. Faltaba el ballet. Tuve la suerte de ser llamada para desempeñar ese rol. Ahí estuve siete años dando clases de ballet y las técnicas de la danza. Una de mis alumnas es Pamela Troncoso, que es la gestora y hasta los días de hoy de la Academia Motus en Puerto Montt”.
Las presentaciones de ballet
Majura comenzó a hacer clases a los 27 años. Desde que empezó, realizó todos los años presentaciones de ballet. “Yo hice unas galas que te digo, me costaba mucho. Entonces al final, no te he contado cómo quedaba después de las galas. Mis alumnas nunca me defraudaron con las galas. Siempre tuve mucho apoyo divino y ellas también. Al final yo los ensayos ya no hablaba. Sino que gritaba no más”.
“Pero después quedaba perdida en mi vestuario, recordando la presentación, observando cómo mis papás se iban tan contentos. Había algo que me gustaba, cuando había telón en la sala donde se hacían las galas, abría un poquito el telón y me gustaba mucho observar el rostro de la gente, del público, de los papás, las abuelitas. Eso no se me borró nunca. Nunca me olvidé. Entonces después me perdonaban por supuesto lo estricta que era”.
El ballet debe ser presencial
“Ay, recuerdos (suspira). Están todos plasmados en fotos en un ropero que tengo allá arriba que me van a faltar años de vida para verlos. Recordar. Lo más lindo para mi, aparte de enseñar lo que a mi me gustaba y me gusta, era, a pesar de que es una disciplina muy estricta, como todas las artes, como la música docta, el ballet es mucho más exigente. Y debe ser presencial. Si yo hubiera seguido no habría podido dar clases online. Yo no manejo esa parte. Y tiene que ser presencial”.
“A pesar de la disciplina, lo que más recuerdo, y cuando voy por ahí aunque andamos con mascarilla, recibir todavía el cariño de mis alumnas. Que ya algunas son abuelas, otras son profesoras, otras son bailarinas, me hace muy feliz eso. Recordar cosas tan lindas”.
“La fuerza la saqué de mis alumnas”
Le pregunté qué significaron sus alumnas y respondió con cariño que después de dios, de su hija, su familia y sus nietos, “mis alumnas fueron lo más importante de mi vida. Y cuando mi hija se fue, yo creo que la fuerza la saqué de ellas”.
“Porque mis niñitas inconscientemente se transformaron en mis hijitas. Ellas con su buen ángel de niñitas chicas, llegaban ellas, subían las escaleras de la muni, que fue la última sala que tuve para dar mis clases. Todas colgadas de mi cuello. Nunca llegó una alumna que no me diera un besito en la mejilla. Yo las formaba para irse y ninguna se iba sin despedirse de su tía. Sino la mamá la hacía volver de allá abajo en el primer piso”.
La cueca de una campesina
“Eso será lo que el señor decía amor, amor al prójimo. Yo lo único que te puedo decir que lo que hice lo entregué. Y solo el ballet, que te digo también con el baile nacional la cueca. Mucha gente fue mi alumna. Muchos me conocían como la profe de las cuecas. Y también me gustaba mucho. Con verdadera pasión hacía mis clases de baile”.
“Bueno, y a mis niñitas en la academia, en agosto y septiembre teníamos varios minutos dedicados al baile nacional. El amor a la patria. El amor a nuestro país. No como ahora que no se enseña nada y mira como está nuestro país. Que tristeza más grande me da cuando a esta gente que anda destruyendo todo. ¿Qué tendrán en la cabeza?, me pregunto yo”.
¿Cuál es tu visión del ballet? ¿Qué significó para ti?
“Mucho. Descubrir algo maravilloso. Porque con el ballet no solo se aprenden las técnicas de la danza clásica. Los valores se cultivan. Los valores morales, espirituales. Yo a mis niñas les enseñaba de todo. Su comportamiento con sus padres, con el prójimo. O sea, valores. Y me siento contenta de eso. Y más que la trayectoria entregué todo mi esfuerzo, mi dedicación, mi cariño. Por ahí tengo unos papelitos que han escrito ellas. Eso me hace muy feliz porque como a la par de tu trabajo, de tu entrega, van los problemas personales”.
Bailar las penas
“Que ha sido fuerte. Como el haber sufrido la pérdida de mi única hija. (se emociona con tristeza) con ese madero me tocó ir por la vida. Pero tengo mis dos pilares. Mis amados nietos. Richard Eduardo y Esteban Bastián. El mayor cumplió 30 y Esteban Bastián cumplió 20. Tienen 10 años de diferencia y se quieren mucho. Yo los adoro. Ellos están de alguna manera con pandemia y sin pandemia contactados conmigo. Siempre. Siempre llamando a la abuelita”.
La elongación de Maruja
En un momento Maruja se para de su asiento y comienza a elongar con gracia y elegancia y sus manos tocan el piso sin doblar las piernas. Me cuenta con la cabeza casi tocando el suelo que esta semana volvió a hacer gimnasia, con una chica que fue su alumna. Así, sin esfuerzo a sus ochenta años. Nos reímos y continuamos conversando.
“Yo empecé a los 17. Ya estaba formada como mujer, entonces se supone que me iba a costar más, la elongación, todas esas cosas. Pero parece que no me costó mucho”.
“Llegué con el pañuelito en la mano”
“Uno nace con la vocación, con el talento. Toda mi familia es buena para bailar. Mi mamita me esperaba a mi, yo estaba en su guatita. Yo nací un 24 de septiembre, una semana después de fiestas patrias. Llegué con el pañuelito en la mano. Porque en las casas antiguamente se celebraba fiestas patrias. Se bailaba cueca, se comía asadito, empanadas. Por eso mi origen campesino se nota. De repente soy bien acampada para mis cosas”.
“Pero hay que decir la verdad y no fingir una cosa que no es. Entonces mi mamá dice que se bailó como tres pies de cueca. Con su tremenda pancita. Salí a la semana. Venía ya con el pañuelito”. Además de danza clásica, Maruja desbordó pasión por la cueca, baile nacional. Aprovechó de transmitir también el amor a la patria a sus niñas.
“Hay gays con y sin ballet”
Su escuela también estuvo integrada por dos hombres. El rol masculino era necesario, explica. “El hombre chileno, con todo respeto, es muy machista. Muy machista. No sabe hacer las diferencias. Que al tiro porque un joven va a estudiar ballet, ay, le empiezan a echar la talla, que va a ser gay, qué se yo. ¡Qué ignorancia más grande! Porque gays hay con ballet y sin ballet. Nada que ver”, afirmó Maruja.
¿Qué opinas de la juventud actual?
“A ver, yo creo que esta crisis de la juventud viene desde la familia, desde el hogar. Muchas personas dicen ‘llevo mi niño al colegio y que los profesores les enseñen’. ¿Dónde está la formación de esa persona? Debe estar en su casa. En la familia. El padre y la madre. Y como los matrimonios están como están, yo creo que por ahí va la cosa. Y me da pena. Pero hay otros hijos que también son rebeldes, no obedecen a sus padres ni a sus tatas. Entonces ahí falta un poquito más. Pero este mundo como está ahora, yo no sé, realmente pienso ¿dónde estoy viviendo?”.
Un lindo camino
La bailarina no desconoce que a veces el andar fue difícil. Pero se refugió en sus alumnas para seguir adelante. Con ellas formó un equipo. “Un lindo camino. Y se pasó el tiempo volando. Llegué a mis ocho décadas. Y ahora que me siento mejor de ánimo, recién. Porque con esta pandemia quién no ha tenido depresión. Me da pena las personas que se han ido. Me conmueve el dolor de las familias, me conmueven muchas cosas”.
El legado de Maruja Torres es el ballet, su disciplina y su vida campesina. Reflejo de esfuerzo y sufrimiento de una mujer independiente que salió adelante enseñando el arte del ballet en una sociedad machista. Después de mostrarme todos los vestuarios que tiene guardados en su casa, además de fotos y recuerdos, decidimos salir juntas. Nos fuimos conversando al interior de un taxi que avanzaba por Colón, transitada calle de la ciudad.