Benjamín Escobedo en la siguiente columna de opionión reflexiona sobre el actual debate político, que evolucinó más allá de las tradicionales dicotomías de izquierda y derecha. Explica que la discusión ahora se centra en cuestiones de Estado o libertad. Menciona la tensión en torno al término “neoliberalismo” y cómo este se diferencia del liberalismo clásico. Suegiere que la lucha ideológica entre izquierdas y derechas puede llevar a la falta de diálogo y debilitamiento de los acuerdos. Destaca que el verdadero debate del siglo XXI se encuentra entre estatistas y liberales.
13.10.2023
Por Benjamín Escobedo
Teólogo e Investigador de Historia
Escritor para Latinoamérica Monte Alto Editorial
En el último tiempo poco a poco el debate político a estado concentrando mayoritariamente por la lucha hacia el reconocimiento de las sociedades en un sentido transversal de la palabra, alejado de esa vieja dialéctica entre izquierdas y derechas a nivel global. Muchos hablan de igualdad, libertad, injusticia, progreso, derechos entre otras tantas categorías, por tanto, me parece interesante instalar la premisa sobre que suena más viable para la discusión pública del siglo XXI, por consecuencia, mi columna de la semana se titula ¿Liberales o Estatistas? ¿Derechas o Izquierdas?
Primero, en nuestro país existe una significativa tensión respecto de la palabra “neoliberalismo”, no obstante, debemos diferenciar aquella de la concepción denominada liberalismo clásico, dado que esta corresponde a dimensiones con aproximaciones distintas y sus fines últimos tienen matices considerablemente opuestos. De ahí, que a momentos la discusión se vuelva acalorada por izar la bandera del mundo estatal o liberal, a su vez, he de señalar que el enfrentamiento político de corte ideológico entre izquierdas y derechas presume mantener intrínsicamente su vigencia; una vigencia que a estas alturas permanece fosilizada, existe, pero enraizada en ese imaginario histórico propio del siglo XX, uno con aires de totalitarismos, retazos de un absolutismo y alarmas de un deterioro democrático. Tal vez, la lucha ideológica entre izquierdas y derechas por incidir en la política actual tiene como resultado una ausencia de diálogo, debilitamiento de los acuerdos y enajenación hacia los ciudadanos que dicen representar. Estamos en un periodo histórico donde el debate erige sobre la base de algo mucho más específico, Estado o Libertad.
Segundo, si las izquierdas “aman” al Estado, ello tiene directa relación con la carga epistemológica que se lleva de fondo, donde la igualdad, justicia y derechos cobran fuerza solo si el modelo resulta estatista, o sea, regulado, ejecutado y observado mediante el aparato burocrático referido por Max Webber, el Estado. Sin duda, la idea de una estatización se superpone a la de una ideología de izquierda, ya que va más allá de un pensamiento y reflexión militante, es conllevar un modelo que agrupe a esas izquierdas que, entre paréntesis, en la actualidad son diversas y muy heterogéneas en términos generales, por tanto, la noción de aglutinar y ensamblar posturas en pro de un agente mayor (Estado) es clave en el siglo XXI. Por otra parte, las derechas no cuentan con una preponderancia mundial producto de la selección de la masa social, incluso, cada vez son más los cuestionamientos y afrentas que sufre el mundo liberal, tal vez, uno de los grandes desafíos se inscribe bajo la libertad en materia valórica, y no solo en una dimensión económica. Todo esto ha provocado que las generaciones más jóvenes vean en el progresismo una alternativa más horizontal y propia de un paradigma secularizado, pero, dicha ilusión no es más que un espejo vitrificado sin contenido depurado, por el contrario, una imagen distinta de la real. Esto es precisamente lo que sucede en la actualidad, un progresismo que muestra un lado dialogante, tolerante y transversal, pero, su modelo es sesgado y depende de la cosmovisión estatista a través de las izquierdas políticas para lograr sus fines a posteriori. Insisto, no es una lucha de izquierdas y derechas, sino más bien entre estatistas y liberales, claro, con un fuerte instinto ideológico, uno que se sustenta dependiendo la línea política previamente aceptada.
Por último, si el modelo liberal promete plena emancipación hacia sus conciudadanos, ¿Por qué el mundo privado liberal recurre al Estado, a ese modelo estatista que relegan una y otra vez de su proyecto político? ¿Qué desafíos tiene el liberalismo en el siglo XXI? Uno de los intelectuales más cuestionados en la convención constituyente precedente, el Dr. Agustín Squella Narducci señala ciertos argumentos que resultan atractivos para responder a las preguntas acuñadas. El jurista chileno dice: “La derecha quiere un Estado mínimo que regule meramente los negocios y que por ningún motivo los haga él mismo, sobre todo si se trata de buenos negocios, mientras que la izquierda prefiere un Estado no subsidiario […] Lo llamativo en el caso de la posición de la derecha, como ha sido puesto de relieve tantas veces, es que la figura del Estado mínimo le parece conveniente solo cuando los negocios marchan bien, puesto que basta que las cosas empeoren -especialmente para la banca y el resto de las instituciones financieras- para que los representantes de ese sector político reclamen la inmediata intervención del Estado” [Agustín Squella. Libertad. Valparaíso: UV, 2018, pp.85]. Tal vez, para que el liberalismo pueda superar la pretensión estatista debe tener una coherencia homogénea en su discurso, una sola retórica, una libertad en materia económica y moral, no solo en una de ellas, además, excluir la opción de recurrir al Estado frente a una problemática repentina, eso se llama credibilidad intelectual, algo que la ciudadanía espera, demanda y desea desde sector liberal para el siglo XXI.