Año 2001 y en Chile se establece la primera versión de la política nacional de convivencia escolar como respuesta a la “preocupación” de gestionar la participación, democracia y respeto a la diversidad en los diferentes establecimientos educacionales. Considerando este principio, bajo el alero de la ley 20.536 nace la figura del encargado(a) de convivencia escolar, la cual entrega una serie de orientaciones descriptivas de cómo debería ser el perfil de la persona que asuma el cargo. Se detalla, de manera muy explícita, el perfil profesional y las tareas que se deben abordar anualmente.

Columna de opinión
06.05.2022
Por Nadia Garcés Montes
Profesora

Ante esto, nace la siguiente interrogante: ¿Cómo se podría desarrollar una descripción de un cargo cuando la evidencia empírica demuestra que existe una escasa literatura nacional sobre este rol? ¿Bajo qué principios investigativos se diseña la imagen de un(a) encargado(a) de convivencia escolar sin un respaldo nacional sólido y fundamentado? La respuesta es sencilla. Este diseño, como otros tantos, responde a una burocracia administrativa en materia de educación que se sustenta en la desconexión absoluta de parte de las autoridades con la realidad del sistema educativo.

Gastamos tiempo en redactar orientaciones y responder a una serie de medidas administrativas que puedan entregar lineamientos de trabajo a un rol que es dinámico y se encuentra en constantes cambios de acuerdo a la realidad nacional y, evidentemente, a la realidad educativa de cada institución. Uno de los grandes errores que cometen las autoridades garantes del sistema educativo es creer que una serie de expertos y expertas puedan atender las necesidades pedagógicas a través de un documento escrito bajo los aleros de un magíster o doctorado. Pero, lamentablemente, la realidad es otra. Este garrafal error nos ha llevado a tener nulas habilidades para atender los problemas de violencia física y verbal que hoy se demuestran con tanta propiedad, porque hemos creído que la convivencia escolar se aborda desde una mirada teórica o de cercanía con la comunidad educativa, olvidando que su eje central son los valores formativos que se vinculan con la educación formal de los centros educativos y el trabajo colaborativo de la familia.

El verdadero perfil no se encuentra en un documento escrito, sino más en el compromiso profesional de ser capaz de enfrentar un desafío que hoy más que nunca es tremendamente complejo. Donde como institución no se endose la responsabilidad del convivir consciente a un equipo reducido de trabajo, sino ser capaces de consolidar los principios y hacer propio el sentido de una sana convivencia. Para esto no se requiere asistir a una universidad de prestigio mundial, se necesita un cambio cultural profundo y tangible que las autoridades de nuestro país no se han hecho cargo.